viernes, 7 de febrero de 2020

Buen médico, médico bueno

¿En qué consiste ser un buen profesional de la Medicina?. Probablemente, la idea más arraigada sea considerar como tal a quien posea una competencia científico-técnica que le permita lograr, de una forma más o menos constante, unos buenos resultados diagnósticos y terapéuticos. Ahora bien, aún siendo sin duda necesaria, esta condición resulta insuficiente en la Medicina asistencial que, más allá de la mera aplicación de conocimientos teóricos, precisa de otros componentes relacionados con aspectos humanos, éticos, sociales y profesionales que completan y enriquecen el perfil científico-técnico, dando sentido a la actividad clínica, y en los cuales reside su singularidad, lo que la diferencia del resto de profesiones u ocupaciones.

Dr. Gregorio Marañón.
Es cierto que, por desgracia, el prestigio y la necesidad de esa concepción humanística ha ido siendo eclipsada, erosionada, por la brillante eficacia de la Medicina contemporánea –y no hay más que ver la pírrica presencia que tales aspectos tienen en los actuales currículos de nuestras facultades- pero no por ello ha dejado de ser imprescindible para conseguir efectividad clínica y satisfacción del paciente. De modo que, en el contexto asistencial, no creo que nadie pueda llegar a ser un/una buen/buena médico sin ser también una/un médico buena/bueno, de ninguna manera.

Más aún, si bien toda buena persona se define en esencia por su capacidad de respeto, tolerancia y solidaridad, trasladada como norma de conducta a todos y cada uno de sus actos, en el carácter de todo cuidador resulta también imprescindible la actitud empática, que radica en el esfuerzo por hacer nuestra la realidad del otro, por compartir y comprender, sin juzgar, sus emociones y sentimientos y adaptarse a sus necesidades para poder intervenir del modo más efectivo. Así pues, en mi opinión, sólo cuando el médico haya hecho de esta actitud un compromiso profesional y vital, eso que Julián Marías denomina “instalación vital”, podrá aspirar a la excelencia de su práctica clínica.


Por el contrario, la soberbia, si bien no el único, sí me parece el peor enemigo de un médico. Y no me refiero al legítimo, y útil, sentimiento de orgullo por lo que somos, sino al arrogante desprecio de lo que son los demás. Cuando alguien se considera por encima del resto, no sólo está negando su vinculación solidaria con el otro -lo que le impide escuchar y estar atento a las demandas de quien está a su cuidado- sino, lo que aún es peor -por el indudable peligro que comporta, dada la fecha de caducidad de los conocimientos teóricos-, le incapacita para reflexionar sobre su práctica, para ser consciente de sus propias limitaciones y, por consiguiente, para estar predispuesto a mejorar, a superarse. En estas condiciones, por muchas titulaciones y cargos académicos que se consigan, nunca jamás se podrá llegar a ser un buen médico.


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