El vigente Código Deontológico médico, en su artículo 21,
deja claro que: “El tiempo necesario para cada acto médico debe ser fijado por
el criterio profesional del médico, teniendo en cuenta las necesidades
individuales de cada paciente y la obligación de procurar la mayor eficacia y
eficiencia en su trabajo”.
Se entiende por eficacia, en términos
sanitarios, “aquella virtud o cualidad de una intervención que la hace capaz de
producir el efecto deseado cuando se aplica en condiciones ideales”. De
ahí que, por más que suelan emplearse frecuentemente como sinónimos, quizá
fuera más correcto hablar en este caso de efectividad, término que alude
a la capacidad de una intervención de producir el efecto deseado en
condiciones reales o habituales.
Por lo que se refiere al concepto de eficiencia, alude a la consecución de los objetivos buscados con el mínimo empleo
de recursos posible. Es así que, desde la óptica de la gestión
clínico-financiera, las reglas de decisión se basan necesariamente en
evaluaciones económicas que permitan distribuir óptimamente los recursos
disponibles a fin de equilibrar costes y resultados, siendo con ese propósito
que se calculan las ratios de personal a partir de las cargas de trabajo
estimadas.
En la enfermedad avanzada, la atención médica se desarrolla,
como ocurre en cualquier otra relación clínica, en un tiempo y espacio
determinados, que sin duda comparten algunas características con los períodos
asignados habitualmente a nuestras tareas profesionales, como el horario de la
sesión, el tiempo de consulta o de avisos domiciliarios o el pase de visita en
planta, entre otros.
Ahora bien, ¿cuánto tiempo se necesita para explorar y
abordar las necesidades de información de un paciente que se encamina hacia su
último destino?; ¿y para ajustar las expectativas de unos familiares que se
sienten impotentes para aceptar la situación de final de vida de su ser
querido?; ¿acaso puede ser el mismo tiempo para todos por igual?.
En busca del tiempo oportuno
Los antiguos griegos distinguían entre un “Chronos” y un “Kairós”, entre un tiempo lineal, medible, programado y exacto, a veces inoportuno; y otro interior, interno, circular, histórico y biográfico, que no se puede medir, cronometrar ni programar: el tiempo oportuno. El Kairós es único e irrepetible. Si se aprovecha el instante, se eterniza; cuando se duda, como todo lo efímero, se esfuma.
Representación de los dioses Chronos y Kairós |
Nuestra práctica profesional cuenta también tanto con su Chronos
como con su Kairós. No cabe duda de que el tiempo cronométrico ha sido
imprescindible para elaborar la compleja organización del mundo actual,
incluida la del mundo sanitario, así como para alcanzar los extraordinarios avances
tecnológicos que caracterizan a nuestra sociedad.
Pero también juegan un importante papel en nuestra labor espacios de tiempo, o tiempos y lugares específicos, difícilmente cuantificables y programables, que no concuerdan demasiado con la “medicina basada en la eficiencia” que tanto entusiasma a los gestores. Ese Kairós que Eric Charles White define como el instante fugaz en el que aparece, metafóricamente hablando, una abertura, un lugar preciso, que debe atravesarse necesariamente para poder alcanzar el objetivo propuesto.
Para quienes nos dedicamos a la atención paliativa, Kairós es ese tiempo y momento que precisamos para
ir construyendo vínculo y ganarnos la confianza de un paciente y las personas de su entorno más cercano, para comunicar compasivamente malas noticias o para ayudar a alcanzar la aceptación de lo inevitable como
forma de dejar de sufrir, por poner algunos ejemplos.
Es esa "ventana óptima" de tiempo, que tiene también que ver con una dimensión de "temporalidad subjetiva", un "tiempo de la conciencia", que no se ajusta a las leyes físicas y que, como dice Ramón Bayés, es el que realmente cuenta para el individuo en su vida personal, y cuya duración es percibida como sumamente variable en función de la propia biografía, de sus expectativas y de los acontecimientos a los que, en cada momento, se halla expuesto. Bien sabemos cómo los momentos de felicidad se nos hacen cortos y se escapan sin que podamos retenerlos, mientras que los tiempos de dolor y malestar parece que nunca acaban.
La atención al final de la vida exige, por tanto, desplegar una extraordinaria sensibilidad hacia la temporalidad subjetiva de nuestros pacientes. Y, de hecho, al sentarnos al lado de su cama, no podemos sino intentar sincronizarnos con su tiempo percibido y adaptar el ritmo de nuestra actividad profesional a su ritmo vivencial, estableciendo una escucha activa en función de sus necesidades temporales.
Tengamos en cuenta que, al afrontar el dolor, la enfermedad y la muerte, los considerados por la filosofía límites de la existencia humana, el tiempo adquiere un valor intangible aún más especial, por su manifiesta escasez y su caducidad. El tiempo adecuado para una intervención compasiva pasa y se desvanece de forma mucho más abrupta, sin que sea posible conservarlo ni siquiera recuperarlo en otro momento, e interrumpir la presencia, por más que se retome posteriormente, casi siempre compromete la efectividad de nuestra actuación.
Ilustración: Ana Yael |
Y es que el cuidado al final de la vida se nutre de elementos intangibles, inmateriales, invisibles, no medibles ni cuantificables, aunque presentes y de importancia vital. Como nos recuerda Carmina Puig, la palabra, el contacto, la presencia, la atención plena, en un proceso de reflexión y anticipación proactiva que respeta los silencios y la dimensión temporal subjetiva de nuestros pacientes, constituyendo una labor atenta, a menudo inadvertible, cuya mayor eficacia reside, precisamente, en su imperceptibilidad.
Es este un trabajo que, desde el reconocimiento y aceptación incondicional de la vulnerabilidad y el sufrimiento de la otra persona, permite la construcción de conexiones compartidas de significados, a través de las cuales se mejora y fortalece la experiencia de ser cuidado y acompañado. Gracias a él, se mitiga la percepción de alejamiento, de aislamiento y soledad, facilitando que pueda aprovechar cuanto tiene a su alcance hasta el último momento, desde el respeto a sus valores, deseos y preferencias; permitiendo, en suma, ensanchar la vida, dotando de sentido y dignidad al proceso de morir.
Valorar la trascendencia del tiempo sin tiempo
Kairós y Chronos se complementan, como cerradura y llave que diría Rafael Domingo, pero son autónomos, tienen sus ritmos, sus secuencias y espacios. Y, diría más, su propio valor intrínseco, traducible en coste-oportunidad.
En la atención paliativa, infravalorar el Kairós e intentar restringirlo a mayor gloria de indicadores cuantitativos de calidad puede no sólo resultar inconveniente, sino generar daño, incluso irreparable. Vayamos, pues, más allá del proverbio machadiano y no caigamos en la necedad de confundir valor y precio.
"Serenity", Amanda Moore |