domingo, 3 de julio de 2022

El relato importa

"Somos fabricantes de historias. Narramos para dar sentido a nuestras vidas".
Jerome Bruner

"Como seres históricos y sociales, nos encontramos siempre en un mundo de vida lingüísticamente estructurado"
Jürgen Habermas

"El sentimiento precede al pensamiento"
Byung-Chul Han


Narrar forma parte de nuestra naturaleza, nos permite la construcción de significados que contribuyen a un mejor entendimiento de la vida, a dar sentido a lo que sucede a nuestro alrededor. Es a través de su articulación en modo narrativo que el tiempo se hace "tiempo humano" y, a su vez, la narración resulta significativa en la medida en que describe lo rasgos de la experiencia temporal, constituyendo, desde los inicios del proceso de humanización, un elemento de intercambio colectivo que va más allá de la simple relación interpersonal.

La narrativa es la construcción que cada uno nos hacemos de la realidad que no rodea, a partir de un conjunto de valores, creencias y percepciones que nos sirven como filtro básico para la información que nos llega; realidad que, de alguna forma, es compartida por aquel entorno con el que nos sentimos identificados. 

Vivimos actualmente en un contexto social, marcado por el cambio constante y la globalización económica y cultural, así como por el acceso a una cantidad ingente e indiscriminada de contenidos y estímulos inclasificables e imposible de valorar, información capaz de justificar una cosa y su contraria. Abrumada, nuestra mente tiende a reaccionar entresacando aquellas informaciones que se adecuan al modelo o visión que ya tiene establecido del mundo, es decir, a nuestra propia narrativa, lo que no hace sino reforzar la visión preconstruida que tenemos de esa realidad. 

Nunca antes, por tanto, la narrativa ha sido tan importante. En el tiempo que nos ha tocado vivir, es importante tener un relato que cohesione al grupo y le permita diferenciarse de otros. Pero, además, el relato constituye una poderosa herramienta, capaz incluso de alterar el curso de los acontecimientos y crear nuevas realidades.

El paisaje de la posmodernidad: la "sociedad líquida"

A lo largo del último tercio del siglo pasado, se fue fraguando un movimiento de reacción frente al fracaso en el intento de renovación radical de las formas tradicionales del arte y la cultura, el pensamiento y la vida social al amparo de la modernidad, que dio paso a una época de desencanto en la que, tras renunciar a las utopías y a la idea de progreso de conjunto, pasó a apostarse por el progreso individual.

Esta posmodernidad, a decir de quienes saben de ello, reclama el abandono de pretensiones teóricas generales, de toda perspectiva holística, a lo que se añade una pérdida de horizontes y referencias, acentuada por la globalización. Las viejas normas culturales y éticas se disuelven y son sustituidas por señuelos que han ido haciendo nuevos deseos y necesidades en la sociedad contemporánea. Los hábitos estables, las costumbres arraigadas, los marcos cognitivos sólidos o los valores firmes se transforman en impedimentos, en una carga pesada que debe abandonarse.

Así, en palabras de Ernesto Londoño, la ética se disuelve y desdibuja en beneficio de la estética: “si me gusta y es agradable, es bueno”; lo tecnológico prima sobre lo científico, lo eficaz sobre lo valioso y el talante desplaza al talento.

Al haber perdido la solidez que antes se mantenía ante determinados conceptos, el mundo actual se caracteriza por su fluidez y volatilidad, la “sociedad líquida” de Zygmunt Baumann, en la que se impone la "cultura del ahora", la inmediatez, la instantaneidad, así como la relativización continua de todo cuanto nos rodea. No hay absolutos, todo es igualmente valioso. 

Esa solidez de antaño, que permitía establecer raíces ideológicas y espirituales que generaban confianza de pertenencia a una identidad colectiva, ha dado paso, al perder los valores y puntos de referencia, a una fractura de identidades, a una inestabilidad de acontecimientos, cambios repentinos e impredecibles, a una incertidumbre existencial, ante la que las personas reaccionan aislándose, preocupándose de la propia individualidad y perdiéndose en la confusión de una vida cada vez más frenética.

En nuestro tiempo prima la flexibilidad y, a la vez, se configura la inestabilidad, el desconcierto permanente, mientras el individualismo desaforado y la permanente incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios contagia de transitoriedad y volatilidad a las relaciones, condicionando un olvido y desarraigo afectivos que han ido debilitando los vínculos humanos y condicionando una crisis de la comunidad de valores y del propio concepto de comunidad.

Imagen: iStock

Nos movemos en un contexto en que, a pesar de la hiperconexión, la hipercomunicación, la hiperinformación, paradójicamente estamos infracomunicados, infrainformados, deficitariamente escuchados y comprendidos, sometidos a un fuego graneado que a menudo nos impide construir emociones genuinas y profundas. Nuestro día a día se va transformando en un caleidoscopio de apariencias e imágenes. En vez de vivir, de protagonizar y construir el propio relato de nuestra vida, miramos vivir, rellenamos nuestra vida con otros personajes artificiales y artificiosos. De ahí el éxito perdurable de los “realities”.

Nos hemos convertido, como señaló hace años Baumann, en seres asediados en busca de nuestra singularidad que, paradójicamente, tiene más que ver con ser como todos los del grupo, con idéntica estrategia vital y uso de señas compartidas. Condenados a una continua necesidad de elección, en tensión permanente, condicionados por la inseguridad existencial.

Este que denominó “homo eligens”, permanentemente “impermanente”, completamente “incompleto”, definidamente “indefinido”, auténticamente “inauténtico”, se sitúa en una perfecta simbiosis con el mercado de consumo, que le promete la satisfacción personal a través de la consecución de bienes materiales, aunque de forma que cada necesidad o carencia satisfecha da pie a nuevas necesidades o carencias, perpetuando una permanente insatisfacción, verdadero motor económico de la sociedad.

Se nos impone así una realidad fragmentada en subrealidades mistificadas a la que se accede por vía de otros conocimientos distintos a los de la razón, como la intuición o el “corazón”. En nuestro mundo posmoderno, la realidad no importa si no favorece el relato y la verdad es una cuestión de perspectiva o de contexto, antes que algo universal o absoluto. No tenemos acceso a la realidad como tal, a la forma en que son las cosas, sino solamente a lo que nos parece a nosotros. Estamos, pues, ante aquél “no hay hechos, sino interpretaciones” de Nietzsche, llevado a su máxima expresión.

En consecuencia, a decir de los expertos, la posverdad ha sido diseñada y construida pragmáticamente para empatizar y superar la realidad. Jean Baudrillard la definió magníficamente como "una suplantación de lo real por los signos de lo real". La posverdad no busca, por tanto, informar, sino satisfacer la necesidad de emociones en beneficio propio. 

El enorme poder de la posverdad radica en que la gente interioriza la percepción que tiene de un hecho simplemente porque encaja en su narrativa personal. Lo emocional acaba por primar, de modo que la verdad no queda consignada a los hechos objetivos, sino a los sentimientos que suscita o a las adhesiones que provoca.

Así, la política de la posverdad modela la opinión pública actuando más sobre emociones y creencias personales a partir de narrativas fragmentadas, polarizantes. El punto crucial pasa a ser cómo "adaptar" el relato, el discurso, para imponer la idea. Ya lo destacó Walter D. Connor: "lo que más relevancia política tiene no es la realidad, sino lo que la gente cree que es real".

Imagen: Shutterstock

"Siento luego existo": La importancia de no perder el control del relato

Vivimos, pues, en una sociedad de consumidores, tremendamente individualista y con escasas regulaciones al respecto, en un entorno de indeterminación y contingencia en el que nos vemos condenados a vivir en la incertidumbre permanente y cuya ambivalencia deriva de trastocar la estructura y disciplina normativa del viejo orden en procesos de reducción cuyo fin es pasar de las políticas públicas a las relaciones públicas. Un mundo donde, en palabras de Umberto Eco, lo principal no es el reconocimiento, que implica valoración, sino el conocimiento, ser conocido, que implica permanente notoriedad, publicidad.

En esta realidad "líquida", la incertidumbre, la profunda soledad y por ende la búsqueda de una mínima pertenencia, de identidad y seguridad, hace que las personas que viven de la insatisfacción anhelen cambios, pero al mismo tiempo, busquen que les produzcan la menor incertidumbre en sus vidas personales. Sólo a través de la solidaridad puede salirse de esta situación, pero siempre que se supere la apatía y desconfianza existencial que separa a las personas de todo lazo social, sin olvidar que únicamente la capacidad de análisis puede ayudar a construir los propios relatos sin engullir los que otros fabrican por nosotros.

Si hablamos de los cuidados al final de la vida, a pesar de sus netos beneficios para pacientes, familias y el sistema sanitario en su conjunto, el acceso a la atención paliativa en España continúa siendo, más de tres décadas después, tristemente inadecuado y no equitativo; la población continúa asociándola con la muerte, los medios de comunicación prácticamente la ignoran o la asocian a conceptos negativos y, en consecuencia, nuestros gobernantes permanecen tranquilamente en su autocomplacencia, mirando para otro lado. 

Frente a esta situación, se va poco a poco imponiendo el relato en favor de la muerte médicamente asistida, presentándola ante la opinión pública como la única salida "digna" al sufrimiento, una solución rápida, indolora, controlada, que "no abandona" al sufriente. En algunos medios de comunicación, alcanza incluso rasgos de epopeya, trasmitiendo un mensaje de abnegación médica al servicio de la conquista del derecho a la máxima autonomía, en busca de la emocionalidad por encima de la racionalidad, aunque rehuyendo cualquier análisis crítico y obviando importantes matices en aras de su objetivo.

No cabe duda alguna de que los estamentos y medios defensores de la eutanasia han sabido conectar con la narrativa imperante en una parte sustancial de la sociedad. Al igual que esos éxitos musicales pegadizos, su relato va calando progresivamente en la opinión pública, que lo acepta sin apenas cuestionamiento, sin reparar en otras realidades que puedan quedar disfrazadas o diluidas en el relato ofrecido.

Llegados a este punto, no parece exagerado pensar que nuestro futuro, ahora más que nunca, depende de que seamos capaces de elaborar un nuevo relato, desde el respeto empático que solemos emplear, que consiga cambiar los factores estructurales que han hecho a muchos construir una realidad indiferente o negativa frente a nuestra labor.

Como paliativistas, nuestra función social incluye la divulgación, por todos los medios a nuestro alcance, de forma coherente, significativa, comprensible y verosímil, desde el conocimiento. Ahora bien, ¿Qué podemos hacer para que la difusión de nuestro trabajo se convierta en una de las "vacunas" con las que cuente la ciudadanía para poder ejercer su análisis crítico, reivindicar sus derechos asistenciales y, llegado el caso, poder optar a una elección realmente autónoma con respecto a los cuidados al final de la vida?

Parece claro que, al igual que una emoción a menudo sólo puede cambiarse enfrentándose con otra más fuerte, un buen relato sólo lo puede enfrentar un contrarrelato de mayor calidad, sinceridad, afecto, construido desde la escucha cuidadosa de las sensibilidades colectivas. Un relato cimentado en principios y valores, inspirado en el bien común y la justicia, comprometido con la resolución de conflictos, pero que supere las viejas historias y se adapte a la realidad actual, al tiempo que estimule la capacidad de análisis.

El poder de un relato así va más allá de su función descriptiva y transmisora de información, es fuente de creación de nuevas realidades. Si es potente, puede llegar a convertirse en una profecía autovalidada y autocumplida, que los propios destinatarios harán realidad. Y, en manos de la ciudadanía, es una formidable herramienta para crear influencia, compromiso, acción, movilización, autoridad e incluso contrapoder.

Para poder conseguir nuestro objetivo, me parece esencial, en primer lugar, asegurar nuestra presencia en los medios de comunicación, tradicionales y, sobre todo, digitales, pues la presencia en redes sociales, eje actual del "ecosistema de la información", es hoy día absolutamente imprescindible. Se trata de conseguir que hablen más de nosotros, de nuestra labor y su valor, de la situación en que se encuentra actualmente la atención paliativa, de colarnos, en suma, en la mente de los periodistas que escriben sobre áreas y temas concretos para que, a su través, nuestro mensaje llegue mejor adaptado a la opinión pública.

Tengamos en cuenta que no es lo mismo hacer alguna declaración pagada en un medio o en nuestros propios canales a que el propio medio decida hacerlo, teniendo en cuenta que, al estar también presentes en redes, el efecto repetidor en las mismas puede conseguir que nuestros contenidos se viralicen mucho más.

Conseguir este objetivo exige por su parte, mantener una creación de contenidos de calidad, adaptados a cada contexto, que sirvan para que los medios se hagan eco, así como para publicar en nuestros propios canales. Y ello nos lleva también a la necesidad de cuidar exquisitamente nuestras comunidades corporativas online, dinamizándolas, como medio de mejorar la visibilidad de nuestra "marca digital".

Y, además de nuestra presencia corporativa, todos los paliativistas estamos llamados a colaborar con los medios de comunicación, a difundir la filosofía de la Medicina Paliativa, a participar en debates, y, en definitiva, a cuantas acciones contribuyan a facilitar el reconocimiento y la difusión que nuestra labor profesional y social merece. En este sentido, os invito a seguir activamente, en Twitter y Linkedin, las campañas #DíaDeReivindicaciónDeLosCuidadosPaliativos y #CadaPaliativistaUnActivista.

En la situación actual, debemos plantar cara y luchar por no perder el control del relato. Aunque para ello seguramente debamos aprender a caminar en arenas movedizas. Por compromiso hacia nuestros pacientes, hacia nosotros mismos y hacia la sociedad en su conjunto. Por coherencia con nuestra filosofía y principios fundacionales.

Imagen: Andrew Wyeth